Peter Huchel
* Berlin-Lichterfelde 3. 4. 1903, † Staufen (Breisgau) 30. 4. 1981.
Peter Huchel
Herbst der Bettler
Das spröde Holz am Brombeerzaun trug auswärts Früchte viel, ganz erdige, von Sonne braun und Regen innen kühl.
Die nachts auf blachem Felde ruhn, sie kämmten aus das Laub, eh sie auf drahtgeflickten Schuhn fortzogen unterm Staub.
Oktoberbüsche, kahl und naβ, verfaulter Nüsse Riβ, im rauhreifübereisten Gras des Nebels kalter Biβ.
Wie eine Wabe, ausgeleert, die Sonnenblume starrt. Der Wind, der durch die Dornen fährt, klirrt wie ein Messer hart.
Sibylle des Sommers
September schleudert die Wabe des Lichts Weit über die felsigen Gärten aus. Noch will die Sibylle des Sommers nicht sterben. Den Fuß im Nebel und starren Gesichts Bewacht sie das Feuer im laubigen Haus, Wo Mandelschalen als Urnenscherben Zersplittert im harten Weggras liegen. Das Schilfblatt neigt sich, das Wasser zu kerben. Die Spinnen reisen, die Fäden fliegen. Noch will die Sibylle des Sommers nicht sterben. Sie knotet ihr Haar in den Bäumen fest. Die Feige leuchtet in klaffender Fäule. Und weiß und rund wie das Ei der Eule Glänzt abends der Mond im dünnen Geäst. .
Keine Antwort
Aufs schwimmende Nebelhaupt der Eiche setzt sich die Krähe. Der Katzenbalken ist leer.
Schatten von dürrem Weingerank an der Zimmerdecke. Zeichen, von eines Mandarinen Hand geschrieben.
Das Alphabet, das du besitzt, reicht nicht aus, Antwort zu geben der wehrlosen Schrift.
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En el seto de zarzamoras, la madera quebradiza, dïo muchos frutos hacia afuera, tostados por el sol, muy térreos, y frescos de lluvia por dentro.
Los que descansan por la noche al raso peinaron el follaje, antes de que, en zapatos con remiendos de alambre, los alejara bajo el polvo el paso.
Arbustos de octubre, húmedos y deshojados, hendidura de nueces descompuestas, en hierba que la escarcha ha congelado, la fría dentellada de la niebla.
Vaciado, como un panal, absorto, el girasol mira. El viento, que entre espinas se desliza, como un cuchillo es duro al tintinear.
Septiembre arroja lejos el panal de la luz, más allá de los jardines rocosos. Aún no quiere morir la sibila del verano. Con el pie en la niebla y rígida la faz, vigila el fuego en el hogar frondoso; cáscaras de almendras, como urnas en pedazos, yacen allí dispersas, en dura, herbosa senda. La inclinada hoja de la caña el agua ha grabado. La arañas vïajan, hilos vuelan. Aún no quiere morir la sibila del verano. Anuda a los árboles su pelo. En podredumbre abierta el higo alumbra. Y blanca y redonda cual huevo de lechuza brilla de noche la luna en ramaje cenceño.
Sobre la flotante cabeza de niebla del roble se posa la corneja. El tirante está vacío.
Sombras de secos pámpanos en el cielo raso. Signos, escritos por la mano de un mandarín.
El alfabeto que posees, no alcanza, para dar respuesta a la escritura indefensa.
(Traducción: Héctor A. Piccoli) |