Günter Eich
* Lebus 1. 2. 1907, † Salzburg 20. 12. 1972.
Günter Eich
Fragment
Wolken klettern wie Tiere auf den Berg des Himmels, die Abende dunkeln zu früh und aus allen Lampen tropft der Herbst.
Dies kennst du, es ist November, weit sind Wiesen und die Gerüche des Waldes. Als du sehr klein warst, fingst du Schmetterlinge.
Alles verging wie ein Atemzug voll Wind. Zwischen die Tage schieben sich Ewigkeiten. Du hörst, wie unterm Regen ein Kind eine Mundharmonika bläst. Die Bäume rosten und wie ein Flug Wildenten erscheinen im Schilf die Geschwader der Sterne.
Grab, nahe dem Fluß
Manchmal wird im Sommer aus der Flut blauen Himmels eine Wolke angeschwemmt, sie verebbt dann in der Brandung meines Hügels und schmeckt bitter und nach Meer und gänzlich fremd.
Manchmal ist es nur der Fluβ, der steigt, dessen Stimme dunkler wird und breit und satt, er ist lauter als der Ahorn, der sich auf mich neigt und der faltig ist und das Gesicht der Berge hat.
Oktobers durch die Holledau
Das Hopfengestänge kahl hinter den Wiesen, die waldigen Hänge, vom Herbst mir gepriesen.
Grün bleiben die Tannen und leer die Kamine. Ich weiβ nicht, von wannen ein Rauch mir erschiene.
Die Drähte der Stangen, das feurige Land, – ist einer gegangen hier, den ich gekannt?
Grün bleiben die Tannen und heiter das Licht, die schweigenden Wälder erinnern sich nicht.
Abgelegene Gehöfte
Die Hühner und Enten treten den Hof zu grünlichem Schmutz. Die Bauern im Hause beten. Von den Mauern bröckelt der Putz.
Der Talgrund zeichnet Mäander in seine Wiesen hinein. Die Weide birgt Alexander, Cäsarn der Brennesselstein.
Auch wo die Spinnen weben, der Spitz die Bettler verbellt, im Rübenland blieben am Leben die großen Namen der Welt.
Die Ratten pfeifen im Keller, ein Vers schwebt im Schmetterlingslicht, die Säfte der Welt treiben schneller, Rauch steigt wie ein feurig Gedicht.
Abends am Zaun
Am Abend duftet holder die Kamille vom Feldrain her. Der Posten bläst ein Lied auf seiner Okarina. Gottes Wille im Glanz des Abendsternes sich vollzieht. Wie viele doch sind nun für immer stille, die gerne sich erfreut an Stern und Lied! Nun sind sie selbst darin und Gottes Wille in Glanz und Duft und solcher Abendstille geschieht.
Die Häherfeder
Ich bin, wo der Eichelhäher zwischen den Zweigen streicht, einem Geheimnis näher, das nicht ins Bewusstsein reicht.
Es presst mir Herz und Lunge, nimmt jäh mir den Atem fort, es liegt mir auf der Zunge, doch gibt es dafür kein Wort.
Ich weiß nicht, welches der Dinge oder ob es der Wind enthält. Das Rauschen der Vogelschwinge, begrift es den Sinn der Welt?
Der Häher warf seine blaue Feder in den Sand. Sie liegt wie eine schlaue Antwort in meiner Hand.
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Nubes trepan como animales a la montaña del cielo, los atardeceres oscurecen demasiado temprano, y de todas las lámparas gotea el otoño.
Conoces esto, es noviembre, vastos son los prados y los olores del bosque. Cuando eras muy pequeño, cazabas mariposas.
Todo se disipó como un hálito pleno de viento. Entre los días se interponen eternidades. Oyes, cómo bajo la lluvia un niño sopla una armónica. Los árboles se herrumbran y como un vuelo de patos silvestres aparecen en el cañaveral las escuadras de estrellas.
En verano una nube a veces por pleamar de un cielo azul llega arrojada, de mi túmulo en la rompiente se desvanece y sabe amarga, y sabe a mar y muy extraña.
Sólo es el río a veces el que crece, cuya voz se hace oscura, intensa y vasta; más sonoro es que el arce que sobre mí desciende y que es rugoso y tiene el rostro de las montañas.
De lúpulo espalderas peladas tras las praderas, con los declives boscosos que me alabó el otoño.
Los abetos siguen verdes, las chimeneas vacías. Que un humo me apareciere, desde dónde no sabría.
Alambre de la espaldera, la porción de tierra estuosa,… ¿ha andado una persona aquí, que yo conociera?
Los abetos siguen verdes, la luz sigue despejada, pero los bosques silentes no se acuerdan de nada.
Las gallinas y patos pisotean, convirtiendo en verdosa inmundicia, el corral. Los campesinos en la casa rezan. Se desmorona el revoque del tapïal.
En el fondo del valle hay trazados meandros hasta el interior de sus praderas. El sauce alberga a Alejandro, a César, de ortigas la pïedra.
Incluso donde las arañas tejen, del lulú el ladrido delata a los mendigos, en el campo de nabos, siguïeron vivos de este mundo los nombres eminentes.
En el sótano se oye de ratas el silbido, se cierne un verso en luz de mariposas, las savïas del mundo avanzan más presurosas, el humo se eleva como un poema encendido.
Al atardecer huele la manzanilla más dulce, desde la linde del campo. El guardia insufla una canción a su ocarina. La voluntad de Dios en el brillo de véspero se consuma. ¡Cuántos están ahora para siempre en paz, que de estrella y canción gozaron la fortuna! Ahora están ellos mismos dentro y la voluntad de Dios, en brillo, aroma y de la hora tal paz, se efectúa.
Estoy donde el arrendajo pasa por entre las ramas, a un misterio más cercano, que a la conciencia no alcanza.
Pulmón, corazón me oprime, brusco el aliento me quita, y aunque mi lengua lo siente, no hay palabra que lo diga.
Yo no sé cuál de las cosas, o si el viento lo contiene. El rumor de ala que roza, ¿del mundo el sentido entiende?
Azul tiró el arrendajo su pluma en la arena. Como una astuta respuesta ella está ahora en mi mano.
(Traducción: Héctor A. Piccoli) |