En la –reiterada– ocasión de muerte impar en unos casales de canarios
‹ágata-limón›
Limita el limón la pluma y deja
sus ínsulas de jaspe al copo vivo,
que difunde prisión en el motivo
de trinar y abismarse tras la reja.
Del cielo la fracción cunde en la queja
que desgaja un canto genitivo:
punto extenso y letal, estar cautivo,
si el celo a la tierra se asemeja.
¿Y es el otro límite, el del ágata,
en el que la ‹misión› se desacata,
cae el ala, la vela se derrumba,
a expiar el equilibrio en dura liza,
cuando el mundo incide y la ceniza
insinúa ya el vuelo a ígnea tumba?