Romances del espíritu del tiempo
a) la Universidad
(Pintando en jocoso numen su encarnación en Humanidades.
Con ruego de ser continuado por quien, con mayor conocimiento y mejor poética,
acudiere a suplir la agotada vena del autor.)
Como el papo a un tagarote
los claustros te remanecen,
si aquél ahíto de viandas,
tú de bandas que guareces:
decanos de comité,
rectores de gabinete,
que han estado de una clase
su puta vida terrestre
tan cerca como está el sol
cuando se pone, del este;
por académicos méritos
tan invisibles docentes,
que no los viera a sus madres
un ecógrafo en el vientre.
Y aconteció esotro día
que un sacamuelas reciente,
a fuer de politiquillo,
con fama de galancete,
fue de ti «Magnificencia»,
nombre que bien le compete,
ya que si de ciencia magro,
opulento fue en harenes,
que mantenía con cargos
pagados con tus billetes.
Puesto aúna y aptitud
tu autoridad excelente,
para que siempre hagas gala
de aquél que más te conviene:
en la exterior relación
has tenido «cancilleres»
imbuidos de tantas lenguas
del talón hasta el copete,
que hasta el inglés balbuceaban
como quien lame un sorbete,
con sabrosa policía,
tal que el de Stratford dijere:
«por los diacríticos tonos
son naturales de Pérez».
Si a sembrar Humanidades
en un Septentrión deleble
vuelan luminarias sólidas
muchas veces por trimestre,
hay una a la que destaca
lo que su viaje comete;
dínamo del intercambio
al que tus arcas sometes,
Dinamarca hace vecina
de tu criollo minarete,
desde el que convoca a orar,
como almuecín alcahuete,
aquel muy docto vikingo,
un polígrafo omnisciente,
por quien cuarentonas rancias
enferman de cachondez
sin curarse de ignorancia.
Y si extremada en tus preces,
eres tan justa en tus dones,
que al dedicado provees
de cuatro dígitos sólidos,
para que el simple se enmiende
por menos de cien razones.
Por que a Amaltea remedes,
si no un Zeus, muchos chotos
las flacas tetas te prenden,
ponen cuernos, sacan copias…
Mas la cornucopia quiere
currículo de tal diámetro
que lo agrande en lo que debe;
regló así a sangre fría
aristotélica mente,
las cuatro categorías:
apretadas A y B
como calzones de lycra,
entre C y D hay un jeme,
de B a C el Ganges fluiría;
y evalúa antecedentes
un sabio por facultad,
el de aquí atiende a la gente
o a su solitario mal.
Por tanta areth a merced
no dejar de olvido impío,
cayó a un tecnólogo en mientes
tomar binario artificio
y encriptarlo en un diskette;
un software tan acendrado,
que te pondría en un brete
hallar Norton que lo lea
o Bill Gates que lo etiquete.
¡Y, oh Universidad,
quién destejiera las redes
de tu contabilidad!
¡invistes aun no-docentes
con cargos de titular!
Mas si otrora tus paredes
hubieran asqueado a Augias,
ahora alguien cambió tu tez:
cuasi privada, eres pública,
hacen que onerosa muestres,
entre las abiertas piernas,
torre erguida de Babel.
Gracias a esta proeza,
tus liberales videntes
pregonaron logro sumo:
tener ya lo suficiente
para arreglar en tus altos
roto un botón de retrete.
Y aunque no escandan, hay savias
por las que arraigas y creces…
si están en Escandinavia:
el calor las enardece
de furores sufijales;
cuando «espacios» no establecen,
de un problema, «problemáticas»
derivan en sonsonete,
y —a tres por cuarto— acomoda
cada Hipólita un Centrete.
Porque ésta en un texto vio
que era página la nieve,
y por gramma tomó a un poste,
más escritora se cree
que la Annette von Droste.
Y aunque abundas en regentes
con filológico avío,
heriría a un martinete
la rección de tus escritos:
¡si buscándole el gollete,
un lingüista viera el orto
por el que nace y asciende
tanta luciente grafía!
Ungiste al jumento, aleve,
tomando a masters por maestros,
a dóciles por docentes,
y por doctos a doctores:
tienes, ¡UNRRR!, lo que mereces.
[diciembre de 1996.]