El cencerro disgrega en la grisalla
la prieta identidad de un corazón:
si se aleja en la franja de la niebla,
confina la madrina eco a la playa;
cunde en nadie, isla, carne de aluvión,
que en la fría palada que nos puebla,
un abra nos convoque así, abisal,
al hostigo, a no ser, a madre igual.