A una alhaja hallada en la holladura
de la isla a media tarde
Albufera fluvial, vadeado lodo,
su delicia sumida en el detalle
por la fresca oquedad de una pisada,
aljofara la araña, abstrae de todo.
Baja haciendo un jirón en el ventalle
el ganado letárgico a la nada,
porque abrevada quiere ser la gracia
aun en la ceguera de la bruma.
En ese hoyo fértil, huella lacia
–cual crespa deja póstuma la espuma–
mira el milagro en el brocado, enigma
a hora flava: la gota de rocío.
Con toda la dulzura del acecho
fulgura su flexión sin paradigma,
la plata extensa de hálito baldío,
que es lapso, y luna y dura en sol deshecho.