Que será de la sombra del olvido,
cuando agotemos todas las instancias
y, hallemos al impulso redimido.
Sólo, por sórdidas significancias,
ha de sobrevivir, terrible anhelo,
de nefastas, y crudas implicancias.
Escombros de fracaso en vuelo
que interrogarán la necedad,
de un apenas desrostrado velo
en urna pútrida de nadidad.
de silencio: hablaste lo preciso,
en tu desolación.
Y al ser clavaste inciso,
el odio de los muertos.
He aquí, que a un Dios
oraste, por aplacarle
su ceguera engangrenada
–y ungido de su fiebre
hasta rogarle–,
que no engendre de la nada, nada.
En retorno de sendas preteridas,
diste luz a tu letra meridiana.
Ahí, la clave de los puentes acuñaste,
t’erguiste en el élan de la partida:
al hacer d’ella tu morada en la palabra.
Donde el olvido se anticipa en lo quebrado:
ante la niña de tu ojo espeja
el mundo, y se cierne sobre mí y vela,
un cielo que sin más, deviene en tensión, lacrado.
Per’otro cielo aguarda por nosotros,
aquél, al que –en su Sehnsucht– llamaron Heimat,
esos que configuran en silencio, y no otros,
nuestro inseguro trazo, sin temor a que caiga.
Aunque no sabe si cuenta con la presencia
(de los que –en su música– buceamos);
ya fuimos invitados a abrevar en su esencia.
De que nada se sabe por qué vive,
nos punza la pregunta ‘por qué amamos’:
vielleicht, sei es nur für die Liebe.
a los amores y temores...
Ojos, color noche, tras rejas
de viento, cifran la morada
de una cicatriz inacabada.
A la luz, de oscuras velas
danzan, niños lunares;
y una mano dislocada
sigue el rastro de pretéritos mares.
Puede que sea ubicua esa morada,
si de pretéritos,
presente se hacen esos mares.
Borrasca en la entrenoche, trae
una voz oracular:
–Espinas del ensueño, onírico
tormento de un juglar;
dos espadas, escudan la morada:
dos espadas y una niña detrás.
Lejanos ecos del juglar, revierten
la partida. Y el número del enigma;
dos copas orlan su figura
de caminos frutecida.
Dos copas y un enigma.
Sólo queda,
el rumor que todo lo transfigura.