Murciélago

 
 

original

 
 

Más hondamente de los bosques sube
la sala azul en calma;
callan junto a caminos que se hunden
piedra e indicadora marca.

La plegaria de un niño ondea
por sobre los tejados;
abandonada charca balbucea
tonto vocablo adormilado.

Hierba a hierba con manos raïgales
se ha retenido;
un dulce gorjeo aún cae
de extinto nido.

Espíritu de flores de los cálices blancos
cual brisa se eleva en lo oscuro;
dilacera su hálito delgado
toscamente dentado curso,

tambalêando inconstante, un vuelo basto,
que al crepúsculo paso se abre,
para mi rostro visüal engaño,
que intuye al ave,

juego enigmático para mi mente,
y el miedo delicado:
«¿por cierto, la respuesta que pretendes,
no dice demasiado?»

«¿Ha hecho señas ahora esta vida,
que para ti, despierto tarde,
se hunde entre la noche y el día,
entre alas y pelaje?»

Mi juventud vira ligera
su enguirnaldada barca;
por el timón no alcanzada de aquélla,
la muerte oscurece lejana.

Y mi ser, un tanteo sordo la mitad,
la otra mitad ya vuelo,
en torno a parda proa va a temblar,
huésped tímido y modesto,

que tan sin techo, tan desconcertado,
ya nada más descifra,
entre ratón yerra y pájaro,
entre ensueño y día.