La balada de un elefante espectral

 
 

original

 
 

Cuando ante esta de carne y huesos inerte masa
acaso te asustes, si en el de gris rimero
se mueve algo de súbito, cual si te manoteara,
palpando, impreciso y ciego,

y a la hora del crepúsculo, los barrotes de las rejas
que los troncos igual de palmera se separan:
es entonces que ya el olor te apresa
y tienes, indefenso, que volverte y seguir tu marcha:

hacia donde las fuerzas extrañas te muevan.
Él perturba con su marfil
el sueño de un milenio ausente, y ruedan
primigenïos mundos, claros, hacia el vivir.

Con audacia las torpes patas se alzan
del podrido montón de bosta,
y cual si en esta mugre no hubiera yacido jamás,
ni este aire respirado, con cadenas que lo aprisionan:

desde la cola a la trompa, se vuelve
el gris, grande elefante otra vez.
Y en pasos que hacia arriba y abajo lo mecen
un nüevo destino se encarga de él.

De los muchos es uno entonces en la manada,
y en la maleza se abre espacio de tomillo y helecho,
la tierra toda está aún joven y no ordenada,
en huellas, que tan sólo vieron diluvio y hielo.

Y un hálito eres sólo en este bosque
de cactus espinoso y equiseto,
un gorjeo en la loma con limones
y aleteas en torno del gran cuerno almizclero,

como si sobre ti llover fuera obligado,
con torrente de lava y violencia de pïedras.
Te acurrucas en juncos de grandes ríos, azorado,
y desde la hendidura del bambú, parpadeas:

Hacia donde de monstruos trota cada rebaño gris,
el mamut y el mastodonte,
de panales de miel traes alimento para ti
e indolente en la hierba yaces, solêado como un bronce.

El grande, el gris elefante
en doméstico dios tuyo se ha erigido;
y al llegar con su cráneo, alto, en las estrellas a alojarse,
te pisotea en lo desconocido.