El sapo

 
 

original

 
 

Una penunbra azul se hunde gotêando humedad;
arrastra una ancha, áureorosácea orla.
Negro se yergue un álamo hacia la tierna claridad,
y el temblor suaves abedules en más pálida espuma torna.
Cual calavera rueda sorda al surco una manzana,
y crepitando deja de a poco de flamear la hoja pardotoñal.
Con lucecillas trasguea lejana, más y más sombría, la ciudad.
Borbotea de batracios la niebla de los prados, blanca.

El sapo soy yo.
Y de la noche amo los astros.
Al atardecer un alto arrebol
arde lento hacia estanques de púrpura, apenas atizado.
Bajo las pútridas duelas de la cuba
para el agua de lluvia, me acuclillo, abotagado y encogido;
al momento en que el sol sucumba
acechan mis ojos lunares doloridos.

El sapo soy yo.
Y de la noche los susurros amo.
De una sutil flauta el son
en cárices, en el junco que se mece ha despertado,
un violín con ternura
suena y cintila en la linde del campo.
Callo y estoy a la escucha,
en patas dactilares me arrastro

bajo un tablón hediondo,
de lo cenagoso miembro a miembro,
como una idea perdida en lo hondo,
de la maraña, del lodo se arrastra saliendo.
Por las hierbas, rodeando guijarros,
brinco como oscuro, modesto sentido;
cubierto de rocío, del follaje el flujo murmurado,
verdinegra hiedra, me bañan, llevan consigo.

Respiro, nado
en un profundo, apaciguado esplendor,
del plumaje de la noche, por debajo,
humilde voz.
¡Ven pues, y sé el que mató!
Aunque para ti sólo sea sabandija asquerosa:
el sapo soy yo
y llevo la piedra preciosa…