Friedrich Hölderlin y Rainer Maria Rilke: Metafórica de lo íntimo y canto de la totalidad en 3 siglos de poesía alemana

Héctor A. Piccoli – Guillermo C. Colussi

 

ARTÍCULO PARA EL «VII. CONGRESO LATINOAMERICANO DE GERMANÍSTICA»

 

«Friedrich Hölderlin y Rainer Maria Rilke:

Metafórica de lo íntimo y canto de la totalidad en 3 siglos de poesía alemana»

 

«Un vivo eslabón en el vasto ciclo de la vida»
Hugo von Hofmannsthal (El necio y la muerte)

 

En su «Observación preliminar» a una lectura de los poemas de Hölderlin, Martin Heidegger nos hace oir –citando al poeta mismo– estas palabras:

«todo es íntimo»

y continúa del siguiente modo: «esto quiere decir: lo uno está transpropiado hacia lo otro, pero de tal modo, que en ello permanece justamente en lo propio: dioses y hombres, tierra y cielo».

Lo que el pensador ahila aquí en forma de enunciación, constituye un concepto. Mas, ¿qué hemos de entender por concepto? La sobria enunciación de Heidegger no apunta, primordialmente, a poner de relieve la autonomía de los elementos en particular; dintorna –por el contrario– su co–pertenencia esencial, la cual se manifiesta de un modo muy especial en la poesía de Hölderlin. Lo que es, ha llegado a ser por mor de lo otro; cuán imposible es que algo despliegue su ser en y para sí, se torna visible en un lugar del poetizar, señalado por el pensamiento: este lugar es el romanticismo alemán, que se extiende desde las últimas décadas del siglo XVIII, hasta las primeras del XX.

Concepto no designa aquí la amplitud ni el contenido de una representación; no designa, ni el producto de un proceso intelectivo de carácter lógico, meramente encaminado a la abstracción, ni la aprehensión racional del momento en que lo uno se encontrara en algún tipo de conexión con lo otro (esto es, guardara una relación susceptible de comparación o de mensura); concepto menta, antes bien, la relacionabilidad (Bezogenheit) siempre naciente y renovada, merced a la cual lo en cada caso uno, conjuntamente con lo otro, se vincula integrando un todo y alcanza con ello su propia esencia.

¿Qué conceptos es capaz de presentarnos, en imágenes, la poesía de Hölderlin? La mención de los conceptos no pretende en modo alguno definitiva y exhaustiva representabilidad. Mencionar un concepto implica tan sólo exhibir el lugar que se despeja en la plenitud de lo dicho, lugar recién a partir del cual se iluminan y aun se fundan ulteriores relaciones contextuales. A la mención únicamente le está permitido aprisionar momentáneamente la palabra, detener su variado discurrir, para volver a liberarla luego al esplendor del movimiento, al ámbito más vasto de su vuelo. De este modo, se descubre y se valora, esencialmente, la estructura reticular de los conceptos del poema, y se concede a su fuerza configuradora la importancia que le corresponde.

«.....................; desde allí
percibí sin sospecharlo
un
destino,...»

(El Rin)

Lo que encontramos en uno de los poemas tardíos de Hölderlin no es una construcción arbitraria de la lengua hímnica, que dispensara a la lectura de una meditación ulterior. El sino, esto es, aquella configuración en la cual el hombre que habita en el seno de la naturaleza, en el resguardo, ha de insertarse, es percibido junto al Rin, en la ribera del agua vagarosa. Allí

«donde empero
secretamente aún mucho decidido
llega hasta los hombres;»

Destino no ha de comprenderse ni como la determinación unilateral del futuro, ni como la mera condición de determinado de lo por venir. Lo que anuncia el destino en tanto destino, tiene más bien que ver con una temporalidad pensada de otro modo. El destino no impulsa simplemente hacia adelante en tanto que pasado, reúne, convoca, llama a sí, en tanto que lo siempre vivamente sido.

Abandonando la lumbre hogareña, la inmediata cercanía desde la que puede oírse el murmullo de la fuente, parte alguien en peregrinación. El peregrino no anda al azar errante de un lugar a otro, y es consciente –en forma peculiar– de la meta a la que se encamina. ¿Quién, empero, marca en la senda el compás de sus pasos? ¿Qué lo mueve en el fondo, a volver la espalda a la vecindad, a la protectora familiaridad del terruño? –Quien «mora cerca del origen», sólo abandona el lugar, para regresar al lugar.

«Por tanto da, agua inocente,
oh, danos alas, para, con el sentido más fiel,

cruzar al otro lado, y retornar.»

(Patmos)

El retorno es la meta de la peregrinación. Su tiempo, la superada distancia hacia lo propio. El retorno al terruño acaece en tanto reencuentro de lo extrañado de sí.

¿Cómo alguien que en algún lugar está en su casa puede, empero, buscando un terruño marchar a la distancia, para recién desde allí apropiarse de lo doméstico? –El «bien deparado destino», el morar «en la margen segura», esto es, en la cercanía del propio origen, sólo se justifica, en tanto se remonta en peregrinación la senda hacia el origen mismo. ¿Qué inquietante extrañeza acecha en el amable paisaje, para hacer necesaria la partida, el amparo de la separación?

En el XX de los sonetos a Orfeo (II Parte), se lee:

«Destino, nos mide quizás con el palmo del ente,
de modo tal que nos parece
extraño

Puesto que medidos con él, podemos enfrentar, serenos, la propia condición (humana) y nos atrevemos a afirmar una primera intuición de existencia, mediante la más original extrañeza: así nos diferenciamos de los demás entes.

Como un secreto a indagar, el principio vuelve incesantemente a cobrar vida en lo manifiesto. No obstante, no se presentifica como retorno al punto de partida de un acontecer; supera, por el contrario, la articulación triádica del decurso `histórico' (de la sucesividad `histórica'), en tanto reconciliación destinal de toda temporalidad en el acontecimiento. Tan sólo de esta fuente inagotable puede advenir y medrar historia. Se supera con ello la consideración tradicional, caracterizada por la linealidad.

«y ecuánime
es por un momento el destino.»

(Hölderlin, lug. cit.)

Resumiendo, podría formulárselo del siguiente modo: la `escisión' original, fundamentalmente existencial de lo familiar, toma la forma de una contradicción interna, susceptible en principio de ser salvada únicamente por el camino del extrañamiento (Entfremdung), cuya superación definitiva, no obstante, sólo se concreta por el retorno al hogar, o, más precisamente, por la reconciliación preparada por él. En el orden mítico–poético, el origen anhelado encuentra su temática ora en la antigüedad clásica (sobre todo en Grecia), ora en la propia infancia y su terruño.

La vivencia, peculiar de Hölderlin (romántico temprano) de lo ya contenido en el origen, la apertura de una dimensión en este sentido incólume, carente de intersticios, sigue obrando largo tiempo en la poesía y el pensamiento alemán:

«No creáis, que el destino sea más, que la densidad de la infancia;»

(Rilke, la séptima elegía)

La Tierra (Land) de Promisión del romanticismo temprano (« buscada, intuida y jamás conocida ») se torna en la poesía madura de R. M. Rilke, en el augurio de una sutil alquimia mediatizada por su substancia y su suelo; el país (Land) se vuelve tierra (Erde):

«Tierra, no es esto, lo que quieres: resurgir
invisible en nosotros? – No es tu sueño, ser
alguna vez invisible? – ¡Tierra! ¡invisible!
¿Qué, sino transmutación, es tu perentorio mandato?»

(La novena elegía)

la mudanza se manifiesta en la forma de una aparente sublimación, que finalmente, empero, se evidencia como completud, como última conquista del quehacer humano. Trayendo aparejada una ampliación inédita, lindante con lo sobrenatural, de la capacidad perceptiva, la transfiguración se anuncia a la criatura humana como el mandato terrenal esencial: el hombre mismo ha de volverse «ángel».

Vista así, la apropiación rilkeana de la figura del ángel, corporiza también la meta de otro tipo de peregrinación. Con la misión que le ha tocado en la tierra, marcha ahora sobre el camino de la vida un nuevo «peregrino querubínico»: el hombre, querube peregrino en cierne.

«Mas las favoritas del éter, ellas, las dichosas aves,
moran y juegan con deleite en el eterno recinto del padre!
Suficiente espacio hay para todas. Para ninguna está
el sendero señalado,
y libres se mueven en la casa las grandes y pequeñas.»

(Hölderlin, Al éter)

A pesar de la simplicidad del éter, la ardiente residencia de los dioses, se problematiza después el espacio de manera peculiar: experimentar lo espacial no significa solamente plantear en último término la gran pregunta de lo «abierto»; significa en primer lugar desplegar un verbo vivo y hacerlo traslucir a través de la tracería del poema, como a través de un rosetón, significa realizar la obra verbal misma: se poetiza, se hace el poema, en tanto se piensa el espacio. La rosa de Rilke simboliza este –por así decirlo– gótico impulso de la poesía alemana. Ha sido por cierto acuñada como epitafio. Mas la «pura contradicción» de su esencia determina desde el principio la palabra del poeta:

«Dónde hay para este adentro
un afuera? Sobre qué dolor
se tiende un lienzo así?
Qué cielos se reflejan allí
dentro, en el lago interior
de estas rosas abiertas,
...........................

(El interior de las rosas)

 

«Vida silenciosa, abrirse sin fin,
precisar espacio sin tomar de aquel
espacio, que las cosas en derredor
empequeñecen, no ser casi dintornado,
como el claro en blanco y un puro interior,
mucho de extrañamente tierno
e iluminándose a sí – hasta la linde:
nos es algo conocido como esto?
Y luego como esto: que surja un sentimiento,
porque pétalos tocan pétalos?

(El cuenco de rosas)

Ambos poemas provienen del año 1907. En sus versos, el «objeto inagotable» está ya lo suficientemente dintornado, como para permitirnos reconocer la profundidad de la conciencia poética y hacernos abismar en la pura potencia de su visión. La claridad, no obstante, a veces deslumbra: con referencia a la obra de Rilke, más de un crítico habla aún de `cifras'. Es que nada nos es –nos ha llegado a ser– más extraño que esto: el sabernos uno con las demás criaturas, el entrelazamiento de todo lo vivo, la inclusión de la muerte (de esa –como la de la luna– siempre oculta cara) en nuestra experiencia vital.

Justamente en este sentido –sobre todo en lo que concierne a los dos aspectos mencionados en primer término–, nos parece que la exégesis heideggeriana no ha hecho justicia a la obra poética de Rilke. Lejos de omitir un «esecialmente más original despeje del ser», despliega esta poesía una más diferenciada saga del ser, una saga que trasciende lo meramente humano, para abarcar la totalidad de la creación. La compenetración, la íntima unión con el mundo, se transforma en la reconocida unidad de la criatura:

«A través de todos los seres se extiende un espacio:
el espacio interior del mundo. Las aves vuelan silenciosas
a través de nosotros. Oh, yo, que quiero crecer
...................................................

(Señas invitan al contacto)

Por más clara que aparezca la unidad, no en menor grado se subrayan las diferencias. Así atraviesan las «favoritas del éter», el firmamento intacto de la octava elegía:

«Y mira la seguridad a medias del ave,
que sabe casi ambas cosas por su origen,
.........................................
Y cuán azorado está aquél, que debe volar
y proviene de un seno. Como espantado de sí mismo,
surca el aire estremecido, cual una rajadura
a través de una taza. Así hiende la huella
del murciélago, la porcelana del atardecer.»

Nosotros, los más perecederos, a los que aun las cosas nos asignan algo salvador; nosotros, los que, erguidos en el borde del destino, prestamos aun destino a los demás seres del reino; ¿por qué nos ha sido deparado el anhelo? el anhelo de algo que nosotros mismos eludimos?

Rilke a Hölderlin:

«Para ti, tú, magnífico,..., para ti fue,..., una vida
entera la imagen apremiante, cuando la pronunciabas,
se cerraba el renglón como destino,...»

El íntimo coloquio termina con una pregunta dirigida a nosotros. La pregunta dice:

«¿Cómo, habiendo existido uno tal, eterno, recelamos aún
de lo terrenal? En lugar de aprender, gravemente,
en lo provisorio, los sentimientos, para qué
inclinación, futura, en el espacio?

Sólo aquél que recorriera esta pregunta línea a línea, renglón por renglón, conocería las pérdidas de la tierra; sólo él

«cantaría el corazón, hacia el todo nacido.»