Adalbert Stifter: Brigitta (Anfangsfragment / Fragmento inicial)

* Oberplan, Böhmen, 23. 10. 1805 ; † Linz 28. 1. 1868

[Journalfassung / Versión periodística]


»Wenn wir in einem jener Bücher lesen, in denen die menschliche Seele beschrieben wird, so ist alles klar, die Kräfte sind gesondert, die Verrichtungen fertig, und die Sache liegt vor uns; seh’n wir dann aber in die Seele selber, so ist es wieder dunkel, magische Dinge geschehen, als stünde in jenem Buche noch nicht das Rechte, wir ahnen endlose Gebiete, dann blitzt es oft auf, als läge hinter denen erst noch recht ein seltsames Land, und so fort, daß das Herz sich vor sich selber fürchten möchte - wer weiß, wie weit es geht; eine gelegentliche Tat, ein glücklicher Blick der Wissenschaft zuckt zuweilen den Schleier weg, aber das Ahnen ist dann schauerlicher, als das Wissen - man denke nur an die zwei merkwürdigen unbestreitbaren Tatsachen: Der Geisterfurcht und des Somnambulismus. Wie tief mag der Abgrund erst noch sein, bloß an seinem Rande hat die Wissenschaft ein Kerzlein angezündet, und wir sehen diese zwei isolierten Steinchen glänzen, tiefer ist Finsternis, vielleicht Ewigkeit — und wie wunderbar nur die Seele mit ihren Dienern zusammenhängt, den Sinnen, die den festen beschränkten Bau der Welt in ihre Unendlichkeit hereintragen müssen? warum sieht sie heute mit den Sehnerven durch Luft und Glas, morgen mit denen der Herzgrube durch Mauern und Berge? Fließt ihr dann die Außenwelt nicht mehr mit der Woge des Lichtes zu, sondern mit einer ändern, etwa mit der Elektrizität, oder mit noch feinem unbekannteren Weltgeistern? — Und wie zahllos, mannigfaltig, unbegreiflich müssen erst jene Fäden und Brücken sein, die zwischen Geist und Geist gespannt sind, Niemand hat sie gesehen und gezählt, und dennoch sind sie da, und mehr, als die Zahl der Sterne am Firmamente - auf ihnen geht die fremde Seele zu der unsern herüber, liebt sie, haßt sie, umhüllt sie, schmeichelt ihr, zieht sie uns aus dem Leibe, und nimmt sie zu sich hinüber -- unbegreiflich, unausstaunbar sind wir oft gekettet an ein anderes, lechzen nach ihm, verspritzen unser Blut für ihn - und wissen nicht warum. Oft wußten zwei noch gar nicht ihr gegenseitig Dasein auf dem Erdball, und sie suchten sich schon; zwei andere, ehe sie kaum noch das Weiß ihrer Augen erblickt haben, hassen sich schon — ein unerforschlicher Engel der Tugend und Schönheit fliegt durch das menschliche Geschlecht, und läßt auf einzelne das Licht der Verklärung fallen, wir verehren sie dann: aber warum sind es uns so sanfte Silberfäden, die dieser Engel von Herzen zu Herzen spannt, oder sind sie die einzigen, auf denen Seelen wandern? nein; denn ehe ich Zeit habe, sie an ändern zu entdecken, warum ist es, daß mich sein Lächeln schon entzückt, daß, wenn er geht, emporschaut, den Arm hebt - sanfte Freude durch mein Herz wallt? - wenn er sinnt, ich weiß es, daß er jetzt an mich denkt, daß er sich sehnt - ich zittere, weil ich weiß, daß er zittert — ja durch das Antlitz des Häßlichen fliegt mir oft eine schauerliche innere Schönheit, daß ich gegen ihn gerissen werde, indeß mir der Schönste kalt und leer bleibt! - und noch andere magischere Fäden müssen millionenfach durch die Reiche der Seelen laufen. Die Mutter weiß es, daß jetzt ihr ferner Sohn stirbt, und umgekehrt, der Traum malt dem Sohne den Schatten der Mutter an die Wand in der Sekunde, als sie zu Hause den letzten Atemzug tut - der Krieger ist des ganzen Tages vorher traurig, wenn ihn Abends die Todeskugel treffen soll - die Frau, ehe sie noch weiß, daß sie gesegnet ist, sieht Tag und Nacht ein süßes Kindeslächeln in der Luft - der eine sagt seinen Todestag voraus, und siehe, er trifft ein, der andere, als ihn alle Arzte auf gegeben, wußte mit Bestimmtheit, daß er jetzt nicht sterbe, und er lebt heute noch - oder wie kommt es, daß der Kranke, der wochenlang die schmerzentstellten, verzogensten Züge wies, jetzt auf einmal mit einem Engelslächeln auf der Totenbahre liegt? was muß mit ihm vorgegangen sein, das er nicht mehr erzählen konnte? -- wir wollen nicht weiter grübeln - o es ist ein Abgrund, in dem Gott und die Geister wandeln - die Seele in Momenten der Verzückung antizipiert ihn oft, die Poesie in kindlicher Unbewußtheit lüftet ihn zuweilen, aber die Wissenschaft mit ihrem Hammer und Richtscheite steht noch weit von ihm ab - oder hat sie uns erst nur das leiseste Getriebe von dem Räderwerke der einfachsten Tierseele aufgedeckt, oder nur das einer Pflanze? - sie hat es nicht. Sie besieht und beschreibt den Körper, das Wesen liegt noch in heiliger Finsternis, wie am ersten Schöpfungstage, und wer weiß, ob uns nicht erst nach und nach im Jenseits oder im Jenseits des Jenseits die Siegel von den Dingen abfließen werden?

Wir wollen hier abbrechen, und eine Begebenheit erzählen, die uns zu all den obigen Bemerkungen führte, eine Begebenheit, die sich einmal auf dem Gute eines alten Majors zugetragen, und einen so sonderbaren und seltsamen Eindruck auf mich gemacht hatte, daß ich sie gar nicht mehr vergessen konnte.«

GW. Erzählungen in der Urfassung. S. 181-183.

«Si leemos uno de esos libros en los cuales se describe el alma humana, está todo claro, las fuerzas están separadas, dispuestos los desempeños, y tenemos la cosa delante de nosotros; pero si miramos entonces hacia adentro del alma misma, vuelve a estar oscuro, ocurren cosas mágicas, como si en el libro aquél no estuviera dicho aún lo justo, intuimos zonas infinitas, a menudo ilumina luego un relámpago, como si sólo detrás de ellas hubiera una tierra extraña, etc., de modo tal que el corazón se asustaría de sí mismo – quién sabe hasta dónde llega; un hecho ocasional, una feliz mirada de la ciencia estremece el velo a veces apartándolo, pero la intuición es entonces más escalofriante que el saber – piénsese tan sólo en dos hechos curiosos e innegables: el del temor a los espíritus y el del sonambulismo. Cuán hondo será aún el abismo; sólo en su borde ha encendido la ciencia una velita, y vemos brillar estas dos piedrecillas aisladas; más hondo hay tinieblas, quizás eternidad – – y ¿cuán maravillosamente está ligada el alma a sus sirvientes, los sentidos, que tienen que hacer ingresar el sólido y limitado edificio del mundo en su infinitud? ¿por qué mira ella hoy con los nervios ópticos a través del aire y el vidrio, mañana con los de la cavidad cardíaca a través de muros y montañas? ¿No fluye hacia ella entonces ya el mundo exterior con la onda de la luz, sino con otra, acaso con la electricidad, o con espíritus universales aún más sutiles y desconocidos? – – Y cuán innúmeros, variados, incomprensibles deben ser esos hilos y esos puentes tendidos entre espíritu y espíritu, Nadie los ha visto ni contado y, no obstante, están ahí y son más que el número de las estrellas en el firmamento – sobre ellos pasa el alma extraña hacia la nuestra, la ama, la odia, la envuelve, la adula, nos la saca del cuerpo y se la lleva allá hacia sí – – sin poder comprender ni acabar de asombrarnos, estamos a menudo atados a otro, languidecemos por él, derramamos nuestra sangre por él – y no sabemos por qué. A menudo, no han sabido dos en absoluto de su recíproca existencia en el globo terráqueo, y ya se buscaban; otros dos, antes de haber divisado apenas el blanco de sus ojos, ya se odiaban – – un ángel insondable de la virtud y la belleza vuela atravesando el género humano y, si deja caer en algunos la luz de la transfiguración, los veneramos entonces: ¿pero por qué son para nosotros tan suaves hilos argénteos los que este ángel tiende de corazón a corazón, o son los únicos sobre los que las almas andan? no; pues antes de que tenga tiempo de descubrirlos en otros, ¿por qué es que la risa de éste ya me embelesó, que, cuando parte, mira hacia lo alto, levanta el brazo – un suave regocijo se agita atravesando mi corazón? – cuando medita, sé que entonces piensa en mí, que ansía – tiemblo, porque sé que él tiembla – – sí, a través del rostro de lo feo vuela para mí a menudo una escalofriante belleza interior, de modo tal que me desgarro ante él, ¡mientras queda para mí el más bello, frío y vacío! y aún otros hilos más mágicos deben correr a millones a través de los reinos de las almas. Lo sabe la madre a la que se le muere ahora su hijo lejano y, a la inversa, el sueño pinta al hijo en la pared la sombra de la madre, en el instante en que ella en casa exhala el último suspiro – el guerrero está triste durante todo el día que precede a la noche en que ha de encontrarlo la bala mortal – la mujer, antes aún de saber que está encinta, ve día y noche en el aire una dulce sonrisa infantil – éste predice el día de su muerte, y he aquí que se cumple; otro, cuando todos los médicos lo han desahuciado, sabía con certeza que no moriría ahora, y vive aún hoy – o cómo es que ocurre que el enfermo, el que semanas enteras ha ostentado los rasgos contraídos y más deformados por el dolor, yace de repente ahora en el féretro con una sonrisa angelical? ¿qué tiene que haber ocurrido con él, que no pudo ya relatar? – – no vamos a seguir cavilando – oh, hay un abismo, en el que andan Dios y los espíritus – en momentos de éxtasis, el alma lo anticipa a menudo, en infantil estado de inconciencia la poesía lo revela de cuando en cuando, pero la ciencia con su martillo y su escuadra, dista mucho aún de él – ¿o es que nos ha descubierto así fuera el más leve engranaje del mecanismo de las almas animales más simples, o el de una planta? – no lo ha hecho. Ella mira y describe el cuerpo; la esencia está todavía en sagradas tinieblas, como en el primer día de la creación, y ¿quién sabe si no sólo poco a poco en el más allá, o en el más allá del más allá, fluirán para nosotros los sellos de las cosas?

 

Vamos a interrumpir aquí y relatar un suceso que nos llevó a todas las observaciones precedentes, un suceso que acaeció una vez en la hacienda de un viejo Mayor, habiéndome causado una impresión tan extraña y singular, que ya no pude olvidarla nunca más.»

O. C. Relatos en la versión original, págs. 181-183.

(Trad.: Héctor A. Piccoli)